Hace unos días revisaba los comentarios sobre un tema que, al parecer, sigue tocando fibras sensibles en la “intelectualidad” limeña. Pablo Quintanilla en un artículo en Diario 16 se animó a expresar los orígenes y usos de la palabra “caviar”. El artículo encendió la pradera, en especial por las discusiones entre Quintanilla y Aldo Mariátegui quien usa esta palabra en todas las formas peyorativas posibles (busque el artículo en su diario y no lo halle); a lo cual hubo las respectivas contra respuestas de Quintanilla y de otros criticándolo.
Al margen de los odios o afectos personales, este “debate” me dejó interrogantes que comparto esperando puedan ver en ellas puntos de reflexión.
Existen diversos estudios sobre la realidad nacional, la discriminación o la desigualdad. ¿Cuánto sabemos de la realidad nacional de un país? ¿Cuántos se han sentado a compartir en un banco de adobe un poco de la leche que otorga los organismos del Estado? ¡Ojo! No hablo crítica social; simplemente de conocimiento. Existen muchos lugares de los cuales no conocemos ni el nombre y mucho menos de sus necesidades. Sin embargo, seguimos arrumando informes de situación, que para algunos son una fuente inacabable de vivir de un Estado que “busca diagnosticar, pero nunca se anima a operar al paciente”.
Parte de la critica que se hace a los llamados “caviares” es que son solo intelectuales o se la dan de intelectuales con un discurso armado, pero que en el fondo siguen “filosofando” sobre la realidad de un país en una playa de Asia o un la piscina de un club privado con whisky en la mano. Perfecto, ese tipo de “máscaras” son totalmente criticables.
En alguna playa privada piensan: “que triste debe ser la vida del pobre”.
Sin embargo, me pregunto si aquellos que critican y etiquetan a los “caviares”, que festejan con likes y mofas sobre el pensar han empezado a subsanar la incoherencia que detectaron en los primeros; y claro la pregunta también va para los mismo que se autodefinen como pensadores de los pobres ¿Solo me contento con decir que el otro está sentado en un montón de estiércol? ¿Para qué debo decirle? Me pregunto cuánto nos hemos decidido a intervenir en el mundo real al margen de nuestra posición ideológica para que la situación cambie, a menos que estemos felices que siga así porque a nosotros nos va bien en la vida.
En muchos casos, de uno y otro lado, me he encontrado solo críticas, pero no con propuestas. A lo que voy, es que al margen de los discursos hemos perdido la capacidad de “conmovernos” por el otro. Atrás quedan los desastres excepcionales que “despiertan la solidaridad” (si es que lo hacen) Animalistas, personas que hacen risoterapia a pacientes terminales, personas que enseñan a leer a otros, voluntarios en hospitales, personas que enseñan con la música… cada vez se observa una lista más amplia de personas que optan por tomar al toro por las astas en vez de esperar que el Estado o el Sistema Económico inserte a los que no tienen ninguna oportunidad.
Finalmente, más allá de quién es ideológicamente correcto, ¿cuántos de nosotros dejamos el like de una página web y comenzamos a cambiar nuestro entorno? En una labor puntual, en algo que vaya más allá de un beneficio personal material. Creo que no pensamos en ello porque estamos cómodos, adormilados en nuestras propias necesidades, totalmente válidas y justificables, pero sin mirar un poquito más allá de nuestras propias anteojeras. Quizá desde que nos impusieron la independencia no hemos hecho ningún ejercicio por integrarnos como país, las elecciones pasadas lo demostraron, somos intolerantes, no vemos si hay una idea rescatable en el contrario, no avanzamos; hacemos que el otro se atrase. Como pueblo aún nos falta muchísimo por crecer porque quizá lo socialmente saludable sea no pensar en el otro; sino en uno mismo.
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