El día martes 25 y miércoles 26 de octubre tuve la oportunidad de participar en un taller de masculinidades organizado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA en inglés) cuya finalidad era capacitar a varones en masculinidades y prevención de la violencia de género.
En estos días de taller conocí profesionales y no profesionales, personas jóvenes y mayores, de Lima y provincias, heterosexuales y homosexuales, que pertenecían a colectivos o independientes. Por ello, mis primeras palabras son de agradecimiento por haber sido un grupo con el cual se pudo plantear diversas experiencias e interpretaciones que ayudaron a repensar en cómo somos. Quizá la primera pregunta es ¿Qué es masculinidad? ¿Existen distintos tipos de masculinidades?
Bendita sea mi mamá por haberme parido macho
Dicen que el nacimiento de un hombre es el orgullo en el hogar. Él llevará el apellido y lo prolongará en el tiempo, dará más riqueza pues será profesional o mano de obra en las faenas del campo, tendrá acceso al poder y desde pequeño se le aleccionará para que sepa que esa es su prerrogativa.
Las referencias sobre el trato favorecido a los hombres tienen larga data, y se enraízan hasta nuestros días sin importar, muchas veces, el nivel socioeconómico, grado de educación, etnia o religión. Esta “superioridad” se ejemplifica y transmite en formas tan sutiles que, en la mayoría de ocasiones, hemos vivido o repetido sin hacer mayor reflexión al respecto. Por ejemplo las presas más grandes van para los hombres (a pesar que no trabajen tanto como las mujeres en casa), muchas veces se le eximen de trabajos domésticos, y si vive en pareja ella debe encargarse de estas labores (no importa si llega cansada de su propio trabajo). Los juegos también son formas de aleccionar a los infantes quienes consideran que deben jugar con elementos de poder como soldados, pistolas, carros o hacer pruebas de fuerza.
Cuando un niño rompe con estas normas, rápidamente el sistema trata de encauzarlo.
Como dice el cantante Lizandro Meza en su interpretación de la canción “el macho”, nosotros somos machos porque a las mujeres les gusta; perennizando nuestros comportamientos y construyéndolos desde perspectivas sobre lo que el otro (o en este caso otra) considera mejor, sexualmente mejor.
Construyendo desde la desvalorización a la mujer y la homofobia
¿Lloras? ¡Qué mujercita (o marica) eres!, “Eres una madre (refiriéndose a un mal jugador)”, “¡Son cosas de mujeres!”, “¡Ahí viene el pisado!”, “¡Para pendejo, pendejo y medio!”, “¡Qué maestro!” (Referido al infiel), “toma como hombre”, “¡A éste se le quema el arroz!”…frases como éstas las hemos dicho, las hemos escuchado o nos las han dicho alabando nuestra “masculinidad” o cuestionándola.
Chela, hembras y futbol: la síntesis masculina.
Nuestra construcción de ser hombres se basa en no ser mujeres, con toda la carga peyorativa que eso puede significar. Construyendo así un yo que a cada momento es cuestionado, que debe ser reivindicado, pues si soy emotivo no soy hombre, si no soy diestro en los deportes no soy hombre, si no soy mujeriego ni me emborracho no soy hombre, ni mujer; es “peor” soy maricón.
Esta idea de superioridad nos ha hecho desvalorizar al distinto/a como una persona (con suerte si se le considera así) de segundo o tercer orden. No valoramos argumentos, nos aferramos a conductas y estereotipos. No analizamos contextos ni circunstancias, por ejemplo ¿ir contra tu familia, tus amigos, arriesgar tu trabajo, tu casa, tu tranquilidad, que te señalen por la calle o ser burlen de ti y/o agredan y aun sabiéndolo decides defender tus principios no es valiente? ¿Acaso eso no hacen los homosexuales? ¿Acaso ellos no tienen más valor que otras personas?
Te prohíbo todo, menos la violencia
¿Cuántas veces nos han dicho “los hombres no lloran”? , ¿Pegas o no pegas? ¡Habla como hombre!, ¡Déjate de mariconadas (delicadeces)! … nosotros hemos aprendido a expresarnos, muchas veces a través de una sola forma: la violencia; y ojo no hablamos necesariamente de golpear, hay mucha violencia que ejercemos a través de las palabras, la burla, la minimización, el desprecio, etc.
No podemos llorar sin licor de por medio y menos ser afectivos. Hemos aprendido a recibir órdenes y a mandar, a ser “eternos soldados” para defender nuestro espacio; y eso está tan interiorizado en hombres y en mujeres que las actitudes de cambios deben venir desde que somos muy pequeños y ser practicadas de manera constante. A nosotros nos falta mucho en desarrollo de la inteligencia emocional (conocerla y practicarla) para poder cambiar nuestras formas de expresión.
Por la razón o por la fuerza (ira), pero la idea siempre es imponernos.
¿Algo habrás hecho no?
Recuerdo la gráfica de Sony de “todos somos jugadores” (analizada en un post anterior) y que sirve para pensar que “todos somos cazadores” y por ende “debemos proteger a nuestras mujeres”. Así cuando ellas van a salir con sus amigas, empiezan nuestros mecanismos de control “te llamo”, “te celo”, “te controlo” porque tú eres débil, porque caerás antes los demás hombres que están prestos a saltar sobre ti porque te ven vulnerable (sin un hombre).
Incluso como ya vimos el tema de la infidelidad es aceptable cuando el varón la ejerce (y no solo aceptada sino incitada) pero cuando es la mujer quien la ejecuta es considerada una mujer de la calle, que no se respeta; y el hombre SÍ tiene derecho de “limpiar su honor” (como ya se trato en otro post)
Un grupo de chicas solas ¡Necesitan un varón que las acompañe!
Así también, cuando una mujer se muestra sexy o más descubierta, y a veces sin estarlo por el solo hecho de salir a la calle como mencionaba Patricia del Río, lleva a ataques, improperios, manoseos, miradas, etc. Las hemos hecho y por ende vivimos en inseguridad y zozobra cuando nuestra pareja está lejos de nuestra “vigilancia” como si ella no pudiera valerse, tal vez mejor que nosotros, para poner en su sitio a un agresor.
Estas ideas se han perennizado por hombres a través de un sistema de poder en donde “somos quienes lo ejercemos” y, como todo sistema, buscará ejercer presión para no pensar y mantener la situación tal y como está; justificando los comportamientos de los varones, como ya mencionamos.
Los Búfalos Mojados en los Picapiedras, muestran como nuestros grupos y la sociedad, perennizan nuestras conductas y a no salirnos de ellas.
Los cambios, no solo deben venir del análisis de mujeres que denuncian su situación en una sociedad machista; también debe venir del análisis que hagan hombres en espacios de hombres, donde analicen sus conductas más profundas, se sensibilicen y vean que tipo de comportamiento han realizado y si están dispuestos a cambiar.
Probablemente no todos nacimos o crecimos en los entornos que describo. Quizá se identifican con algunas situaciones y otras le son lejanas. Tal vez todas le son propias o historias comunes a su entorno. Sin embargo, más que respuestas quiero plantear preguntas, pues el hecho de preguntarnos significa detener nuestras rutinas, a veces tan dañinas, y consultarnos ¿por qué somos así? Y, quizá más importante ¿queremos continuar de esta manera?