Hay una dupla mortal que se ha ido gestando en las canchas de fútbol: Hinchas y violencia. Sus actuaciones se dan en casi todos los lugares del planeta donde se practique “el más popular de los deportes”. No hay distingo de si es un equipo de primera, segunda o tercera división, si es en un país “desarrollado” o en uno “en vías de desarrollo”. La estela de dolor cada vez que esta dupla asoma en los estadios es la misma.
La violencia en el fútbol se da en todos países y clases sociales.
En nuestro país la situación no es alentadora. Ataques en la copa Perú (segunda división), contra los árbitros y contra los que van circundando por los alrededores y tienen la fatalidad de cruzarse en el camino de las barras (como la trágica muerte de una joven arrojada de una coaster por miembros de las “barras bravas”) y el último caso el de un joven hincha de Alianza Lima que murió tras ser arrojado desde un palco en el clásico Universitario- Alianza Lima llevado a cabo este último fin de semana. Para la periodista Rosa María Palacios las explicaciones sociológicas pasan por “la droga, el alcohol y las barras” y los culpables desde la policía, los dueños del estadio, las autoridades municipales, los hinchas de uno y otro equipo (por provocar o atacar) hasta el propio Manuel Burga (Presidente de la Federación de Futbol Peruano).
Mientras unos lloran, otros siguen celebrando la victoria del clásico; como si la indignación por una muerte solo me toca si eres parte de mi equipo.
¿Habrá alguna diferencia?
Esta es la punta de un iceberg que vemos venir cual tripulantes de un Titanic del cual no podemos bajar; a menos que se vaya a otro país, aunque eso no garantice cambiar un problema por otro (xenofobia de la más exacerbada si consideramos la crisis mundial). Las acciones que se van a tomar son bastante conocidas, buscar a los culpables (no importan si son o no; hay que buscar culpables), vetar el estadio (aunque hay muchísimos intereses económicos de por medio), llamar a las autoridades a cargo (que irán de buena gana a o no cuanta diligencia se les pida), pedir mayores garantías a la policía (que en cada clásico convertirán a Lima en zona liberada pues a este ritmo todos los efectivos deberán estar de “guardaespaldas” de todos los que vayan al estadio) y medidas de impacto (empadronar barristas, pedir que no se regalen entradas, etc.).
Tristemente hay que decir que estas medidas ya se dieron, y quizá, tiempo más, tiempo menos, volveremos a escuchar de ello porque, como ya se dijo, hay muchísimos interés que imposibilitan medidas drásticas. En el caso del vóley, curiosamente un deporte femenino con menor presupuesto y mejores resultados, cuando se dio un hecho similar el equipo fue SEPARADO de la liga.
“Pasando a otros temas”
Michael Moore en su documental “Bowling for Columbine” describe como es la sociedad en Estados Unidos: violenta, llena de noticias de masacres, violaciones y muertes en las calles y escuelas, y quizá ese mensaje diario, esa dosis continua hace que se desarrolle una sociedad que dispara primero y pregunta después. Cuando compara la cultura y noticieros en Canadá encuentra más de una diferencia respecto a esos temas. En Canadá se destaca las noticias positivas y el desarrollo; mientras que los crímenes, que existen, se dan en un segundo plano. Las personas no viven pendientes de temas de violentos ni son el eje de lo que buscan en la televisión.
Nuestros noticieros van la senda americana. Un gran porcentaje se dedican a cubrir, en más de una oportunidad durante el programa, la misma noticia de muerte y asesinatos. Dejando poco espacio a las noticias de progreso. La consigna, digitada o no, es informar, denunciar, conseguir exclusivas, imágenes del dolor de las víctimas. El dolor y la reflexión sobre el tema se dan en unos segundos para luego decir “pasar a otros temas”, cambiar la página y seguir con más información del mismo corte (en la mayoría de los casos). La razón quizá se explique porque los noticieros, como muchos programas, quedan supeditados al rating y éste responde a lo que el público pide, lo que a su vez responde a un reflejo de lo que es nuestra sociedad.
Esta espiral de la llamada “TV basura” tuvo su cúspide con el gobierno de Alberto Fujimori y los talk show; donde casi todos los canales de señal abierta tuvieron el suyo, con más o menos reticencias, para mostrar las desgracias humanas. La Asociación Nacional de Anunciantes (ANDA) tiene una lista con programas con señal roja y ámbar, muchos en horario de protección al menor, pero que parece no tener suficiente poder de presión siendo los canales juez y parte.
En diferentes formatos, seguimos consumiendo contenidos muy malos en los programas de TV.
¿Soluciones a la vista?
No es novedad decir que somos una sociedad violenta e intolerante. Lo vimos reflejado en las últimas elecciones presidenciales y municipales donde el otro era mi enemigo, y en donde se ejecutó una purga de “amigos, amixers” o como quieran llamarlo de perfiles. Marco Sifuentes desarrolló un artículo que pinta nuestros pensamientos más intolerantes en frases como: “Ojala se destruya Machupicchu”, “Róbale el DNI a tu empleada para que no vote por Humala”. Claro tampoco podemos olvidar de cómo fueron tildados de genocidas y otros epítetos por votar por Keiko Fujimori.
Me parece que seguiremos por esa senda, poco se puede hacer mientras la sociedad como tal no se compre el pleito, mientras no se haga un trabajo largo y sostenido en educación, mientras el Ministerio del Interior considere que la represión (en vez de la prevención) es la única salida; mientras los medios no cambien su forma de dar noticias, de informar y entretener.
Formación, educación, empleo, deporte y reparación por los delitos como pandilleros son formas de encauzar el liderazgo, organización y solidaridad que tienen los miembros de las pandillas- haciendo referencia al trabajo del padre José Ignacio Mantecón en El Agustino. Total, las pandillas visibilizan a estos chicos y chicas que vienen de hogares desintegrados, contextos de pobreza, poca educación, pocas esperanzas de futuro, necesidad de afecto y estima (importantísimo) entre otros.
El Padre José Ignacio “Chiqui” Mantecón S.J. un zaragozano que desde hace más de 25 años aproximadamente trabaja en el Agustino y casi 15 con las pandillas.
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